domingo, 16 de diciembre de 2012

110 Aniversario de Rafael Alberti

Aunque en nuestra tierra se pretenda hacer desaparecer el nombre de una figura cultural imprescindible como Rafael Alberti, me gusta recordar lo que el autor dijo en La arboleda perdida sobre nuestra ciudad:


Un feo barquichuelo, de aún más feo nombre —Enriqueta R.—, me llevó a Almería. Mi hermana Pepita, la más querida de todas, me esperaba en el muelle con su marido, un joven abogado (al que estaría reservada una muerte terrible en los primeros días de nuestra guerra). Allí estuve con ellos, matrimonio reciente, aún sin hijos, un par de meses. Almería me gustó. Era como una avanzada de África. Cuando de noche soplaba «el terral», un viento ardiente del desierto, amanecían los zaguanes inundados de arena. El sol de primavera calentaba como si fuese de verano. Un mar tibio y azul me permitía bañar casi todos los días. En la playa o entre las palmeras del parque, comencé las canciones destinadas a la última parte de El alba del alhelí. Una linda muchacha filipina era mi amiga. Sus padres la habían dejado un tiempo con mi hermana al trasladarse a Madrid. Con ella recorría las azoteas, escuchando, como en el Puerto, las conversaciones de las cocinas por la ancha boca de las chimeneas. ¡Qué hermoso era, luego de anochecido, permanecer juntos por aquellos terrados, viendo encenderse las luces de los barcos, dibujarse en el cielo las constelaciones! Y sucedió lo que tenía que suceder: nos enamoramos. Y mi hermana entonces, muy lista, me insinuó amablemente la conveniencia de regresar a casa. Lo hice, pero llevándome un montón de canciones y uno de los recuerdos más dichosos de mi juventud.

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